miércoles, 18 de marzo de 2009

PREFACIO

Jean Paul Sartre

millones de habitantes, es decir, quinientos millones de hombresy mil quinientos millones de indígenas. Los primeros disponíandel Verbo, los otros lo tomaban prestado. Entre aquéllos y éstos,reyezuelos vendidos, señores feudales, una falsa burguesía forjadade una sola pieza servían de intermediarios. En las colonias, laverdad aparecía desnuda; las "metrópolis" la preferían vestida; era necesario que los indígenas las amaran. Como a madres, en ciertosentido. La élite europea se dedicó a fabricar una élite indígena;se seleccionaron adolescentes, se les marcó en la frente, conhierro candente, los principios de la cultura occidental, se lesintrodujeron en la boca mordazas sonoras, grandes palabraspastosas que se adherían a los dientes; tras una breve estancia enla metrópoli se les regresaba a su país, falsificados. Esas mentirasvivientes no tenían ya nada que decir a sus hermanos; eran uneco; desde París, Londres, Ámsterdam nosotros lanzábamospalabras: "¡Partenón! ¡Fraternidad!" y en alguna parte, en África,en Asia, otros labios se abrían: "¡...tenón! ¡...nidad!" Era la Edadde Oro.

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