Jean Paul Sartre
millones de habitantes, es decir, quinientos millones de hombresy mil quinientos millones de indígenas. Los primeros disponíandel Verbo, los otros lo tomaban prestado. Entre aquéllos y éstos,reyezuelos vendidos, señores feudales, una falsa burguesía forjadade una sola pieza servían de intermediarios. En las colonias, laverdad aparecía desnuda; las "metrópolis" la preferían vestida; era necesario que los indígenas las amaran. Como a madres, en ciertosentido. La élite europea se dedicó a fabricar una élite indígena;se seleccionaron adolescentes, se les marcó en la frente, conhierro candente, los principios de la cultura occidental, se lesintrodujeron en la boca mordazas sonoras, grandes palabraspastosas que se adherían a los dientes; tras una breve estancia enla metrópoli se les regresaba a su país, falsificados. Esas mentirasvivientes no tenían ya nada que decir a sus hermanos; eran uneco; desde París, Londres, Ámsterdam nosotros lanzábamospalabras: "¡Partenón! ¡Fraternidad!" y en alguna parte, en África,en Asia, otros labios se abrían: "¡...tenón! ¡...nidad!" Era la Edadde Oro.
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